LA HISTORIA DEL HOMBRE… CONTADA POR EL BARRIO

Por: Gustavo Sánchez Pérez

Hay edificios que de solo verlos te transportan en el tiempo. Murallas infinitas, altísimas torres, catedrales, paredes que roca sobre roca tienen el poder de contar en silencio secretos que el hombre ha escondido entre sus grietas. Hay otros que, desde la sencillez, también ocultan historias de pueblos, de su gente y las raíces que los atan a la tierra que los viera nacer.

Sencilla era aquella casa en la parte más alta de la loma, que destacaba entre todas las del barrio no solo por la palma que crecía en su jardín a modo de “flor”, o por sus tejas rojas y paredes azules, sino porque parecía una madre, ya algo vieja y llena de coloretes, pero una madre al fin; sobreprotectora y vigilante, “achacosa” pero luchadora, con la energía y la fuerza de las cubanas.

Hubo tiempos donde en ella habitaba solo una pequeña familia, que fue multiplicándose y plagando sus pasillos de ruidos y pasos; otras veces fue lugar de discusiones, reuniones, clases, pasando de ser un hogar convencional a convertirse en el “refugio” del pueblo.

Todo inició con vientos huracanados, intensa lluvia y las nubes negras que anunciaban el fin de una época. En aquella comunidad la casa más fuerte era la de tejas rojas y paredes azules, motivo por el que todos terminaron apretujados en su sala, los cuartos y hasta la cocina. Así pasaron tres días de cuentos y mucho café a la luz de luz candiles, luego quedó iniciar de cero.

Mientras algunos reconstruían sus vidas y las calles de apoco regresaban a la normalidad, los niños al amanecer se dirigían en filas colocándose alrededor de la palma, entonaban las notas del Himno Nacional y luego se acomodaban sobre cualquier superficie bajo el techo para tomar las clases. En las tardes, era el turno del bodeguero, que con los codos en su mostrador improvisado despachaba en el portal el “pan nuestro de cada día”.

Poco a poco la vida de toda la comunidad comenzó a girar en torno a la casa azul de tejas rojas, y aunque los estragos del huracán iban pasando, el jardín con su característica “palma-flor” continuó siendo el lugar preferido para la tertulia barrial, las reuniones, la organización de las fiestas o los trabajos de limpieza.

Esa es la historia que cuentan sus paredes, que vieron también cuando una noche el pueblo homenajeó a quienes habitaban aquel techo, entregándoles un premio nacido desde el barrio, una réplica de la misma casa que en tantas ocasiones los resguardó de la lluvia.

Entonces se volvió costumbre, una que como el cantío de los gallos se esparció a voces por la Isla, haciendo de aquella casa azul de tejas rojas un símbolo de todo lo bueno y autóctono que encierra la cubanía, originando el “Premio del Barrio”.

Veinte años tras aquella noche Cuba continúa recolectando memorias, y numerosas familias han obtenido el “Premio del Barrio”, que se extendió alcanzando además escuelas, instituciones culturales, de salud pública y las comunicaciones, así como otros colectivos de trabajo e individuos.

Otorgado por los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), el galardón reconoce a cederistas que contribuyen desde el entorno en el que se desarrollan a la unidad y a la formación de valores en la sociedad; constituye un agradecimiento a mujeres y hombres que con sus méritos se ganan el respeto y la gratitud del pueblo.

Tierra de personas valerosas, Cuba ha visto a muchos de sus hijos recibir el “Premio del Barrio”, entre ellos está nuestro eterno Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, que con sus ideas y acciones velara siempre por ver progresar a la patria, y con ella hasta a los caseríos más pequeños y apartados de su geografía.

Muchos son los hijos de la Isla que han sido han sido reconocidos por los CDR debido a su constante lucha a favor de preservar la historia y la identidad cubana; por contribuir a la salud con descubrimientos médicos o cumpliendo misiones internacionalistas; por regalarle al país medallas o logros deportivos; por mantener informado al pueblo; hacer aportes a la cultura y defender la autoctonía de nuestro arte; por hacer del país un lugar más seguro para toda la familia y otras razones que hacen que hoy estén repartidos en el territorio cubano centenares de “Premios del Barrio”.

Así es cómo una casa sencilla, de paredes azules y tejas rojas, con una palma adornando su jardín, puede contarnos de su pueblo, los ratos malos y buenos, sus momentos de lucha e insomnio; es como puede hablarnos de los hombres y sus aspiraciones, sus sacrificios y virtudes; es de esta forma en la que una casa, sin grandes torres o infinitas murallas puede narrar, si se le escucha con atención, la historia de todo un país.

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