Gigante del Escambray y de Cuba

Por más de dos horas, Antonio Muñoz abandonó todos los planes de esa tarde para conversar de béisbol en su casa, la pasión que lo inmortalizó como el Gigante del Escambray y lo sembró para siempre en el corazón de millones de cubanos, incluso en quienes no lo vieron dar ninguno de sus 370 jonrones en series nacionales.

Contento, emocionado y a ratos pensativo, el otrora número 5 y primera base por más de una década de los equipos Cuba reveló anécdotas, opinó sobre el contexto que le tocó jugar y la pelota actual, en tanto terminó con otro batazo descomunal al contestar qué más quisiera tener después de tantas hazañas deportivas: “el cariño y el querer eterno de la afición cubana como lo tengo ahora”.

¿En qué parte específica del Escambray nació?

“En una finca que se llama Algaba, perteneciente al Consejo Popular Condado, en el municipio Trinidad, de Sancti Spíritus. Allí hubo un internado de milicianos muy grande cuando la lucha contra bandidos, que pasó luego al Ministerio de Educación. Es un lugar rico en tomate, café y caña de azúcar”.

Pero usted se siente cienfueguero.

“Desde muy joven me gustó Cienfuegos, por su equipo profesional de béisbol.  Luego escogí esta ciudad para vivir y finalmente, terminé mi carrera como pelotero aquí, pues antes jugué con Azucareros, Las Villas y Sancti Spíritus”.

¿Y cómo llegó Muñoz de la finca Algaba al béisbol. ¿Por qué no otro deporte?

“Aunque pocos lo sepan, fui tirador de jabalina y con 15 años llegué a lanzar 70 metros en el estadio Rolando Rodríguez, de Trinidad, durante una competencia regional. Por esa época, un dirigente campesino llamado Reinoso hizo un equipo de pelota en la finca para jugar en Güinia de Miranda y yo no estaba porque practicaba atletismo. Pero un domingo el primera base Gilberto Ruiz no vino y entonces le dicen a mi papá: Víctor, tú dejas que Cuso (así me decían en el Escambray) vaya con nosotros. Dijo que sí y me dieron el traje de Gilberto.”

¿Primera experiencia en serio dentro de la pelota?

“Antes había jugado como todo muchacho, pero esa fue la primera vez en un estadio. Enfrenté en el primer juego a Fonseca, un lanzador de la zona que tenía buena curva y recta. Le bateé muy bien. Por la tarde me pusieron a jugar en el otro juego. Pero la suerte mía en el béisbol se la debo a Pedro “Natilla” Jiménez, quien vio los dos partidos porque estaba buscando, con un grupo de técnicos, peloteros para la Academia de béisbol en Santa Clara”.

¿Cuáles fueron los primeros secretos del béisbol que le enseñaron?

“Corregirme cómo esperar el lanzamiento, porque era un poco desesperado y  deformaba la técnica de bateo. En eso trabajaron mucho conmigo Natilla Jiménez, Juan Suárez, Pablo García, Catalino Ramo, Jesús Cojimba y Lázaro, a quienes les tengo un respeto y consideración muy grande”.

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