Fidel, siempre con el pie en tierra

Por: Maité Rizo Cedeño

En la sabana empantanada, cuando todo era gris y el río Cauto se había desbordado sobre cientos de kilómetros en la región Oriental, a raíz de las lluvias del ciclón Flora, Fidel llegó.

El peligro por inundaciones se mantenía latente, pero para el Comandante en Jefe no existían obstáculos, el pueblo estaba primero y su lugar era allí, junto a las familias que lo habían perdido todo, a quienes les puso la mano en el hombro y les aseguró que la Revolución no dejaría a nadie desamparado.

La gente sabía que podía contar con él, ese era un hombre del pueblo, lo había demostrado en 1961 cuando el gobierno de los Estados Unidos intentó desembarcar por playa Girón, y al frente de un tanque T-34 el líder invicto avanzó hacia los mercenarios, para luego hacer volar en llamas, desde un SAU-100, al barco Houston, perteneciente a los norteamericanos.

Fidel Castro era mucho más que el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, desde su entrada triunfal en la caravana de la libertad a principios de 1959, se vislumbró como un amigo que caminaba junto al pueblo, el padre de las generaciones de cubanos nacidas bajo un cielo libre.

Cada Primero de Mayo, día de los trabajadores, estuvo en la primera línea del desfile; lloró junto a los familiares de las víctimas del sabotaje del avión proveniente de Barbados; ante el paso de un evento hidrometeorológico y en la recuperación, no tuvo descansos; así era el Comandante, un gigante verde olivo que se mezclaba entre la multitud con el pecho abierto.

Siempre enseñó con el ejemplo que “quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo”, y lo demostró al crear una Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes, en la cual el bienestar de la mayoría es la prioridad.

Desde las primeras políticas revolucionarias insistió en la importancia de enseñar al pueblo para que pudiera tomar sus propias decisiones, con ese objetivo impulsó la campaña de alfabetización, la edición de libros variados con una selección de “las mejores obras creadas por la inteligencia del hombre, tanto históricas, literarias como políticas o de otro tipo”.

Con su encanto personal, Fidel Castro Ruz logró que los niños lo sintieran como un padre, y los hombres y mujeres lo veían como al hermano mayor que vela constantemente por su bienestar, y sobre todo se convirtió en un ser omnipresente que aparecía en cada rincón del país lo mismo para celebrar una fecha histórica que para consolar a sus hijos ante alguna desgracia y solucionar a la brevedad los problemas.

Desde la distancia se mantenía al tanto de lo sucedido en todo el archipiélago, y con una llamada telefónica comenzaba proyectos con los campesinos para la siembra de plantas proteicas necesarias para el desarrollo ganadero; o impulsaba a las integrantes de la Federación de Mujeres Cubanas a formar parte de algún proyecto para darle mayor protagonismo a las féminas, ese era el Comandante.

Tras su muerte, el 25 de noviembre de 2016, millones de personas custodiaron a ambos lados de la carretera la caravana que condujo sus restos hacia el cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba; en todos lados retumbaba el grito de Yo soy Fidel; con lágrimas, carteles, y silencios como de hijos desamparados el pueblo cubano le dijo Hasta siempre Comandante.

Durante la caravana estuvo otra vez entre las multitudes, con el pie puesto en la tierra, no solo para guiar sino para acompañar el paso de las generaciones que nacen en una patria libre.

Él nos enseñó que “cuando el pueblo tiene el control de su destino, cuando el pueblo tiene el porvenir de su país en sus manos, no quiere decir que ha conquistado el cielo, no quiere decir que ha conquistado un mundo, sino que ha conquistado la oportunidad de empezar a crear el bienestar, la oportunidad de empezar a trabajar para el porvenir”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio